Zapatero, en el túnel del tiempo
En este primer mitin se ve la clara intención de Zapatero de intervenir en su ciudad natal bajo el traje de presidente del Gobierno de España y, a la vez, de buscar el reencuentro (o posible reconciliación, tanto de él como de su esposa) con la localidad donde adelantó que desea vivir dentro de un año. Cambio de posición de presidente a ciudadano común, con el argumento de un túnel —que dividía la ciudad y que también le separó a él en ocasiones de los suyos— de fondo. Túnel que cruzó psíquica y físicamente, con una visita en la que su propia esposa cuando, tras saludar al alcalde de León con un «¡cuánto tiempo!», éste le responde que «no tienes que justificarte».
Un Zapatero enérgico, señalando con su dedo acusador y moviendo un extremo del labio en señal de dura crítica cuando se trata de indicar que el paro de hoy es fruto de los excesos del pasado, pero que también se muestra inseguro y titubeante (humedeciendo los labios con la lengua) y con cierto miedo o vergüenza (levantando constantemente las cejas y moviendo los ojos de un lado a otro mientras asegura que «tengo muchas obligaciones, muchas responsabilidades y no siempre puedo ver las cosas que hacemos»), que luego compensa apretando el puño con determinación para afirmar: «Hemos ganado el futuro» para León.
Similar ambivalencia se muestra cuando asegura que dentro de un año vivirá en esta ciudad de forma continua y permanente, mientras gira y mira hacia afuera (como en señal de escape o buscando la mirada o complicidad de otra persona) o intercala múltiples gestos de afirmación con la cabeza con alguno fugaz de negación al dar las «gracias por hacerme sentir tan bien en León, mi tierra», en un mitin en el que el partido tuvo que emplearse a fondo para completar aforo, y no lo logró. León, principio y fin de estación en su viaje de ocho años.
Rajoy o 'la monda' de la rigidez
A diferencia de Zapatero, para su primer discurso de campaña, Rajoy eligió Mérida y se desmarcó con una intervención desprovista de carga emocional, mostrando un tono más exultante y de arenga política. El líder del PP se muestra en un escenario abierto, lo cual genera cierta tensión ambiental, despistándose en alguna ocasión, tanto al hablar como en la mirada —algo que también pudo observarse durante su intervención en Madrid dos días después—.
Para ambas ocasiones eligió un entorno paisajístico fresco, visible, algo que también quiso trasmitir a través de la vestimenta. Camisa blanca (abierta incluso hasta el segundo botón en Madrid). No obstante, en Mérida destacó el entorno nocturno, descompensado de luz y, en consecuencia, más deslucido desde el punto de vista audiovisual. Un contraste ambiental entre transparencia, luz y oscuridad, que provoca sensaciones dispares.
Su intervención destaca por su contundencia y determinación, expresada a través de un alto y sostenido tono de voz (curva de ecualización bastante lineal y plana), pero de ritmo monocorde, acentuado con su gesto tenso; ceño fruncido y una sonrisa 'inversa' —de labios curvados hacia abajo—; rígido y mecánico de subir y bajar las manos, de forma repetida y machacona.
Escasa riqueza expresiva, desde el punto de vista gestual y oral (la única ruptura se produce con la expresión «la monda»), dominadas por el guión que reproduce fielmente y sin concesiones. Un ejemplo de ello es cuando en la intervención de Mérida alarga la frase «el cambio significaaa…» o cuando en Madrid se refiere al alcalde y la presidenta de la Comunidad, para a continuación regresar al papel. Pendiente de la realización y las cámaras, a las que mira constantemente y de forma directa.
Extraído de El Mundo (José Rúas)
En este primer mitin se ve la clara intención de Zapatero de intervenir en su ciudad natal bajo el traje de presidente del Gobierno de España y, a la vez, de buscar el reencuentro (o posible reconciliación, tanto de él como de su esposa) con la localidad donde adelantó que desea vivir dentro de un año. Cambio de posición de presidente a ciudadano común, con el argumento de un túnel —que dividía la ciudad y que también le separó a él en ocasiones de los suyos— de fondo. Túnel que cruzó psíquica y físicamente, con una visita en la que su propia esposa cuando, tras saludar al alcalde de León con un «¡cuánto tiempo!», éste le responde que «no tienes que justificarte».
Un Zapatero enérgico, señalando con su dedo acusador y moviendo un extremo del labio en señal de dura crítica cuando se trata de indicar que el paro de hoy es fruto de los excesos del pasado, pero que también se muestra inseguro y titubeante (humedeciendo los labios con la lengua) y con cierto miedo o vergüenza (levantando constantemente las cejas y moviendo los ojos de un lado a otro mientras asegura que «tengo muchas obligaciones, muchas responsabilidades y no siempre puedo ver las cosas que hacemos»), que luego compensa apretando el puño con determinación para afirmar: «Hemos ganado el futuro» para León.
Similar ambivalencia se muestra cuando asegura que dentro de un año vivirá en esta ciudad de forma continua y permanente, mientras gira y mira hacia afuera (como en señal de escape o buscando la mirada o complicidad de otra persona) o intercala múltiples gestos de afirmación con la cabeza con alguno fugaz de negación al dar las «gracias por hacerme sentir tan bien en León, mi tierra», en un mitin en el que el partido tuvo que emplearse a fondo para completar aforo, y no lo logró. León, principio y fin de estación en su viaje de ocho años.
Rajoy o 'la monda' de la rigidez
A diferencia de Zapatero, para su primer discurso de campaña, Rajoy eligió Mérida y se desmarcó con una intervención desprovista de carga emocional, mostrando un tono más exultante y de arenga política. El líder del PP se muestra en un escenario abierto, lo cual genera cierta tensión ambiental, despistándose en alguna ocasión, tanto al hablar como en la mirada —algo que también pudo observarse durante su intervención en Madrid dos días después—.
Para ambas ocasiones eligió un entorno paisajístico fresco, visible, algo que también quiso trasmitir a través de la vestimenta. Camisa blanca (abierta incluso hasta el segundo botón en Madrid). No obstante, en Mérida destacó el entorno nocturno, descompensado de luz y, en consecuencia, más deslucido desde el punto de vista audiovisual. Un contraste ambiental entre transparencia, luz y oscuridad, que provoca sensaciones dispares.
Su intervención destaca por su contundencia y determinación, expresada a través de un alto y sostenido tono de voz (curva de ecualización bastante lineal y plana), pero de ritmo monocorde, acentuado con su gesto tenso; ceño fruncido y una sonrisa 'inversa' —de labios curvados hacia abajo—; rígido y mecánico de subir y bajar las manos, de forma repetida y machacona.
Escasa riqueza expresiva, desde el punto de vista gestual y oral (la única ruptura se produce con la expresión «la monda»), dominadas por el guión que reproduce fielmente y sin concesiones. Un ejemplo de ello es cuando en la intervención de Mérida alarga la frase «el cambio significaaa…» o cuando en Madrid se refiere al alcalde y la presidenta de la Comunidad, para a continuación regresar al papel. Pendiente de la realización y las cámaras, a las que mira constantemente y de forma directa.
Extraído de El Mundo (José Rúas)
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